El centrocampista argentino del Sevilla dio otro recital en la segunda parte ante el Barcelona. Se marchará de nuevo en unas semanas, camino de Arabia Saudí.
Messi y Banega, 10 contra 10 de Rosario, charlaban amistosamente al término del Sevilla-Barcelona. Un partido bronco, jugado con la tensión propia de un líder de LaLiga y el tercer clasificado. Como si las gradas del Sánchez Pizjuán hubieran estado repletas, libres (ojalá, para siempre) del dichoso coronavirus. Lio y Ever jugaron algún partido en la infancia de Argentina, antes de que el 10 azulgrana emigrara a Europa siendo todavía un niño. La conversación, que se prolongaba al menos durante un cuarto de hora, suscitó para muchos de los que la presenciaban una pregunta alrededor de Banega, que en unas semanas se marchará a Arabia Saudí a poner seguramente fin a su carrera, al menos a este lado del charco: ¿cómo es posible que nunca haya jugado de azulgrana, al lado de Messi, o de blanco Real Madrid, o en el Bayern, en el United, en la Juventus…?
La respuesta se encuentra muy posiblemente en episodios dantescos como el que Ever protagonizó durante el confinamiento, todos ellos mucho mucho más inocentes de los que el ruido mediático hace parecer. Esa ‘barbacoa’ en su casa con más de 10 personas, horas solamente antes de que pudieran ser 15, ese colgar las imágenes en las redes para hacer pública la trastada, se añaden a la lista de desatinos de un futbolista tan inteligente en el campo como torpe fuera de él. Alguien que, otro desafortunado ejemplo, se fracturó la tibia y el peroné por intentar detener un coche con su más preciado instrumento de trabajo, las piernas.